Director: John Frankenheimer
Intérpretes: Burt Lancaster (Labiche), Paul Scofield (Coronel Von Waldheim), Jeanne Moreau (Christine), Suzanne Flon (Miss Villard), Michel Simon (Papa Boule), Wolfgang Preiss (Teniente Herren), Albert Rémy (Didont) y Chales Millot (Pesquet).
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Año: 1964
Temas: Branding. Ceguera organizativa. Ética y organizaciones. Hybris organizativa. Mentiras colectivas. Paranoias personales y colectivas. Pensamiento grupal. Técnica y ética. Voluntarismo organizativo.
Nos sitúa la película en agosto de 1944. París se encuentra al alcance de la mano de los ejércitos aliados. Por el otro frente –el oriental-, Polonia está cayendo en mano de los rusos. Los alemanes se defiende con uñas y dientes, pero está cerca el fin de la locura criminal hitleriana.
Con el ejército aliado en puertas, un coronel alemán Van Waldheim (Paul Scofield) resulta ser un fanático del arte. Sin pensarlo dos veces, decide apropiarse de una colección de pinturas absolutamente excepcional. Las carga en un tren con destino Berlín. Un patriota francés es asesinado mientras procura sabotear el programa de Van Waldheim. Labiche (Burt Lancaster) es miembro de la resistencia francesa. Su eficacia en detener el tren es espectacular.
Múltiples son las enseñanzas de un largometraje como éste. En primer lugar, una afirmación del coronel-enamorado-del-arte-ajeno cuando su superior le indica que solicite el transporte que necesita por el conducto reglamentario:
–Usted me dijo –le recuerda- que los conductos normales es el mejo modo de bloquear cualquier iniciativa.
¡Cuántas veces sucede hoy en día! Se ha resumido en una expresión: si quieres que algo no funcione, nombra una comisión.
El coronel, que no se deja intimidar, maneja multitud de argumentos. Ante la negativa de su superior, alega:
-Esos cuadros son en realidad oro. Y con oro se ganan las guerras…
Por parte de los franceses se cumple otro principio: los poetas convierten los prados en patrias. El espíritu francés –con un poquito de grandeur en este caso, pero no excesiva- se ve reflejado en aquellos cuadros. Para los partisanos no se trata sencillamente de telas pintadas, sino del espíritu de Francia. Y eso no puede dejarse robar.
Dan en el clavo de una gran cuestión: las organizaciones tienen alma, y un país no deja de ser una organización compleja. Mientras hay alma, existe algo por lo que luchar, y futuro por el que esforzarse. Si se pierde el espíritu, la organización se desintegra. De hecho, hay miembros de la organización que no lo entienden plenamente. Efectivamente, el primer maquinista que cae al ser descubierto por los alemanes acababa de afirmar: no entiendo qué estamos haciendo, pero si se trata de actuar por la gloria de Francia… ¡Muere por un motivo! Cumple en su vida un principio muy importante: sólo motivos que justifiquen el morir, también los proporcionan para vivir.
Cuando hay espíritu de equipo, cada uno aporta lo mejor de sí mismo. En este caso, otro de los maquinistas sabe cómo sabotear una de las máquinas: con monedas de un franco, para destrozar el sistema de transmisión del aceite. Lástima que al dejarse llevar por la codicia y no tirar las cuatro monedas sea fácilmente descubierto por los tedescos.
La unidad de todos en torno a un proyecto se ha debido en buena medida al asesinato de uno de los patriotas. Difícilmente se logran objetivos colectivos valiosos sin sacrificio. El primero de los medios que debe poner un líder para llegar a serlo es siempre la autoinmolación. Si un directivo pretende convertirse en líder sin sacrificio, no lo logrará. Como mucho será un directivo eficaz, pero el calificativo de líder se merece a otros niveles.
Como sucede también en el caso de los grandes líderes, es precisa una oportunidad para desarrollar esa capacidad. En este caso ha sido la suma de dos factores: la defensa de un tangible que refleja el espíritu de Francia, y el asesinato de algunos héroes de la resistencia por parte de los invasores.
También hay mujeres en juego. En concreto, la responsable de un motel de estación. Da lo mejor de sí misma. Aunque en un primer momento plantea su desconfianza afirmando que los hombres quieren ser héroes y se olvidan de sus mujeres, luego arriesga su vida para apoyar el trabajo de Labiche. ¡Cuántas veces es la mujer más capaz de sacrificio que un varón!
La crueldad de los alemanes aparece en diversos momentos de la película y de forma principal al final, cuando el coronel en vista de que no podrá llevarse los cuadros ordena el fusilamiento a sangre fría de un grupo de rehenes inocentes.
Aunque la película siga con el esquema de alemanes torpes; aliados listos, no cae en tantas simplezas como otros largometrajes del estilo.
Una película, en fin, para reflexionar sobre la capacidad de movilización que tienen los intangibles, también hoy en día en una sociedad aparentemente mercantilizada. Siguen siendo los poetas –los sembradores de ilusiones- quienes mejor movilizan a los grupos convirtiéndolos en equipos.