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Director: Henri VerneuilPrincipio del formulario Final del formulario

Intérpretes: Yves Montand, Michel Albertini, Roland Amstutz, Jean-Pierre Bagot, Georges Beller, Maurice Bénichou

Año: 1979

Temas: Dictadura. Ética y técnica. Fanatismo. Gobierno y personas. Influencia del entorno. Paranoias. Sentido común.

Un país no determinado, pero de indudable liturgia comunista, es testigo del asesinato del presiente recién elegido. Es el comienzo de un thriller apasionante, en el que el momento más relevante se encuentra casi en la mitad del largometraje. En esos veinte minutos centrales vamos a concentrar nuestra atención.

Durante las múltiples investigaciones que lleva a cabo el fiscal general para desentrañar las raíces del crimen, se descubre que el supuesto asesino participó en un experimento singular. En determinado instituto de estudios científicos simulan que, para fomentar el desarrollo de la memoria, debe un ciudadano realizar descargas eléctricas sobre una persona con la que coincide engañosamente por casualidad en el experimento.

Los veinte minutos resultan apasionantes, tanto por lo verosímil de la escena como por las explicaciones que sobre el comportamiento humano van sucediéndose.

Un anuncio en prensa promete seis dólares a las dos personas que deseen tomar parte en un ensayo con el aval de un centro universitario. Tras un sorteo teóricamente sin trampa uno hará de profesor y el otro de alumno. Cada vez que éste último cometa un error en la verbalización de una lista de conceptos que le ha sido enunciada, el maestro deberá infligirle un castigo en forma de descarga eléctrica, que irá incrementándose.

El alumno no es sino un actor que forma parte del equipo científico. Lo de menos es la memorización de unos términos. Lo relevante es verificar hasta qué punto el principio de autoridad puede conducir a personas tácitamente normales a cometer abusos sobre otros sin que su conciencia les frene ante un comportamiento que cualquiera –fuera de aquel –ámbito- juzgaría como brutal.

Las explicaciones aportadas por los responsables de las pruebas son relevantes. Aseguran al fiscal del Estado que ha ido a visitarles que hasta dos tercios de la población de cualquier país están dispuestos a cometer las mayores barbaridades, siempre que descarguen su responsabilidad en una autoridad superior en la que recaiga la posible culpa de aquellas actuaciones.

En el fondo, y fuera del tema puntual del asesinato de un responsable político, la película se plantea hasta dónde funciona y qué limites encuentra el principio de jerarquía cuando ha sido conveniente planteado. La cuestión no es tanto el tema por el que se solicite la obediencia ciega –política, ideología, religión…-, sino cómo puede llegar a nublarse la conciencia de individuos que en situaciones normales actuarían de forma mesurada.

La capacidad de fanatismos de tantos resulta sin duda llamativa. Gente que en un entorno normal se comportaría con equilibrio, se convierte en personaje peligroso cuando queda imbuido de la creencia de que los principios defendidos por su organización son mejores, más valiosos, que los de los demás.

El nazismo, el comunismo, el fascismo, y también determinadas instituciones políticas y religiosas acaban fomentando un idéntico tipo de conducta, en el que la individualidad ha quedado aparcada.

En muchos colectivos, incluso en algunos que se resistirían seriamente a ser denominados como sectas, se fomenta una actitud pasiva, y procederes en los que la intransferible responsabilidad y conciencia son puestas en manos de otros. La autoridad de aquellos en los que se delega el propio juicio moral ha de ser necesariamente mitificada. Este es el motivo del esfuerzo, en diversos colectivos, por convertir al dirigente en alguien superior al resto de la humanidad. Cuanto más espectacular sea la elevación del sumo responsable sobre el común de los mortales, mayores serán las peticiones que pueden ser realizadas a los seguidores. De ahí la creación de la idolatría a determinadas personas.

Muchas veces –y esto ya no aparece en el largometraje-, es la propia cohorte de aduladores que rodea al máximo responsable o a sus adláteres quienes se empeñan por encumbrar desmesuradamente al creador y/o al actual dirigente de la institución. Lograr sumisiones rendidas es un gran logro, porque a partir de ese momento, se podrá disponer cualquier actividad para esos esclavos-intelectuales. Esto se produce incluso en colectivos donde individualmente considerados cada uno de sus miembros, o al menos algunos, pueden ser intelectualmente válidos. Sólo así se explica, por ejemplo, el comportamiento de la población alemana ante el ascenso del poderío nazi. Con todo, las claves sociológicas y psicológicas son profundamente semejantes en grupos humanos con pretendidos objetivos nobles.

Cuando se pregunta a los implicados en el experimento como peritos en el porqué de su continuidad en la cruel sanción a los educandos, la respuesta es siempre la misma: lo hicieron porque una jerarquía a la que se aceptaba así lo indicaba como mejor. Escapar de ese atroz círculo vicioso no resulta andadero, porque reclama descubrir la conciencia como ámbito irreductible, en el que ninguna autoridad ajena puede entrar. Y para que el juicio sea acertado, hay que poner los medios precisos para que la conciencia –juicio próximo de eticidad, y no creador de la misma- se encuentre en condiciones de dictaminar adecuadamente.

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