El lenguaje exterioriza el alma de una persona o de un colectivo. La verbalización y sus inflexiones crean realidad, no son inocuos. Pensamos en un idioma específico y eso modula las reflexiones. Toda persona modifica el tono y selecciona vocablos en función de que su objeto sea alabar o menospreciar. Esa tendencia natural se remonta a miles de años y se sofistica en determinadas corrientes ideológicas. ¡Qué bien lo empleó Ramses II (s. XIII a. C.) en la damnatio memoriae de sus predecesores! Lo muestro con detalle en Egipto, escuela de directivos (LID). ¿Y qué decir de los hermanos Tiberio y Cayo Graco en el s. II a. C.? Hoy en día –¡qué poco hemos cambiado!–, si se quiere desprestigiar se califica algo de conservador. Si se desea ensalzar una propuesta, se le otorga el adjetivo progresista. https://www.eexcellence.es/entrevistas/con-talento/lenguaje-la-perversion-progresista
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