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Resultado de imagenTítulo: Más dura será la caída
Director: Mark Robson
Año: 1956
Temas: Avaricia. Branding. Comunicación interna y externa. Ética y técnica. Feelings Management. Fuego amigo. Mediocridad. Pérdida del sentido común.
Eddie Willis (Humphrey Bogart) es un periodista deportivo sin oficio ni beneficio. En esa situación de debilidad profesional –también personal, porque cuando falla lo profesional todo se resiente, guste o no-, un conocido suyo, Nick Benko (Rod Steiger), le propone un trabajo con alta remuneración. El peculiar amigo es el dueño de un conjunto de promotores de boxeo. Desea que Eddie actúe como agente de prensa de una operación que piensa organizar empleando a un gigante argentino, cuya estupidez es correspondiente a su tamaño. Toro Moreno (Mike Lane) –así se llama el hispano- deberá boxear para enriquecer a su promotor. El representante del deportista es casi tan nulo intelectualmente como el boxeador, y ambos se creen las patrañas de su milagroso promotor.
 Este drama policíaco constituye una extraordinaria crónica de corrupción y ambición, bajo la destacada dirección de Mark Robson. El largometraje, última película que interpretó antes de su fallecimiento Humphrey Bogart, es todo un clásico, no tanto del deporte del boxeo como del peculiar entorno en el que se mueve.
La narración gira en buena medida alrededor del periodista, un personaje aparentemente falto de sentimientos. Sin embargo, cuando ve el trato que van dando a Toro Moreno, falso triunfador del ring, se revela. La pizca de ética que le queda, le lleva a enfrentarse, al cabo, con su jefe.  En un arrebato de sinceridad, le dirá a Toro Moreno (con el objetivo de que se deje caer en el definitivo combate y así pueda salvar la vida):
-¡Qué importa lo que piense de ti un puñado de personas sedientas de sangre! ¿Has echado alguna vez un vistazo a sus caras? Pagan unos pocos dólares esperando ver morir a un hombre… ¡Qué se vayan al infierno! Piensa en ti. Coge el dinero y lárgate de este asqueroso negocio.
Los elementos que se combinan desde el comienzo son letales: la ignorancia presuntuosa tanto del boxeador como de su representante; la desmedida ambición de quien les asegura éxito y dinero; la cohorte de malandrines que le rodean; la falta de ética del periodista contratado, que a sabiendas de que todo es un fiasco acepta formar parte del comploto porque necesita dinero; la complicidad de otros compañeros que para no dejarle en mal lugar aceptan callarse.
La falta de ética empresarial, me gusta repetirlo, procede en no pocas ocasiones de la combinación de dos factores letales: la carencia de preparación, de técnica, para realizar bien el propio trabajo; y la excesiva celeridad por conseguir resultados económicos.
Demasiados ponen entre sus objetivos el rápido enriquecimiento olvidando que conseguir bienes está muy bien si es consecuencia del trabajo bien realizado, pero que pretender acelerar excesivamente esa meta conduce fácilmente a la pérdida del sentido común que debe presidir la vida de cualquier persona.
La ética no es un plus que uno pueda agregar o no a conveniencia. Sin ética personal y profesional todo el entramado de las relaciones comerciales se hunde. En la Roma clásica, el año comenzaba en el idus de marzo, es decir, el 15 de marzo, primer día de luna llena. La palabra Idus procede del etrusco y significa confianza. Júpiter –pensaban los romanos- no permitiría que desapareciese la luz en todo el día, y por tanto iluminaría todo el recorrido del año de semejante manera.
Esta tradición se perdió cuando en el año 153 a.C. se produjeron fuertes revueltas en Hispania y el Senado se vio forzado a adelantar los nombramientos a las calendas de Ianuarius (1 de enero). De ahí procede que al año nuevo que nosotros conocemos no comience en primavera, sino en invierno.
Parecería que así ha sucedido no sólo desde el punto de visto cronológico, sino también desde el existencial. Muchos han perdido el referente de la confianza y han transformado su existencia en una acelerada carrera hacia una meta equivocada, que resumo en ocasiones en ‘ser los más ricos del cementerio’.
La confianza en los negocios es fundamental: la mentira es probablemente la mayor falta que existe contra la convivencia humana, pues rompe el mimbre de la certeza de que las personas con las que negocio no van a engañar. Si en una sociedad –particularmente en una relación mercantil-, se rompe la lealtad a la palabra dada, todo lo que venga en adelante no será sino una hipocresía mantenida en el tiempo.
Las organizaciones –mercantiles o no- que emplean la doble agenda (dicen una cosa pero están haciendo otra) no deberían extrañarse de que el talento se les escape a raudales. La responsabilidad, en esos casos, no es de la falta de compromiso, sino más bien de la ausencia de sentido común de quienes las dirigen. Hoy en día una de las cosas que más se rechaza es la hipocresía. Y con mucho más motivo la de quienes gobiernan. Por eso, cuando se descubre que las palabras no responden a los hechos, la tropa se desmotiva inmediatamente. 
La falta de realismo sobre las propias capacidades acaba mal. Toro Moreno es destrozado en una pelea en la que el contrincante no se aviene a ese pacto al que todos los anteriores contrincantes han claudicado. Para él, resulta más importante la dignidad del juego limpio, que de la rentabilidad económica. Aunque para muchos cueste entenderlo, incluso en el boxeo puede haber ética profesional.

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