Director: John Ford.
Intérpretes: John Wayne, Thomas Mitchell, Ian Hunter, Barry Fitzgeradl, Wilfrid Lawson, John Qualen, Mildred Natwick, Ward Bond, Arthur Shields y Joe Sawyer.
Año: 1940
Temas: Contradicciones vitales. Enemigos internos. Ética y técnica. Feelings Management. Fuego amigo. Liderar en la incertidumbre. Selección de personal. Retención de Talento. Will Management.
Sorprendentemente rodada en los comienzos de la Segunda Guerra Mundial (anticipa muchas cuestiones que sólo el tiempo dejaría claros), el largometraje comienza al concluir una velada de juerga en las Antillas. La inquieta tripulación del SS Glencairn torna a la diaria y exigente rutina, camino de un nuevo puerto: Baltimore.
En este lugar espera una carga especial: explosivos para Gran Bretaña. Estados Unidos todavía no ha entrado en guerra, pero todos los barcos que se dirigen hacia ese país procuran ayudar en la lucha contra los alemanes.
El grupo es muy heterogéneo: Driscoll, un irlandés de mediana edad, pendenciero y borrachín, pero de gran corazón; Ole Olsen, un joven ex-granjero de origen sueco, que sueña con volver a su hogar; Smitty, un caballero inglés….
La tensión es máxima en esta nueva aventura, porque los submarinos alemanes surcan las mismas aguas por las que avanzan, y se encuentran al acecho. La película tiene momentos en los que da la impresión de que la mano de Bergman estuviera presente.
Es de justicia insistir en los méritos del rodaje, pues tanto la cámara como montaje resultan espectaculares. Las escenas de tormenta en el mar botan tremendamente realistas.
Desde el punto de vista que nos ocupa, se suceden las enseñanzas. La primera de todas es que la selección de personas, lo que hoy en día se denomina atracción y gestión del talento, no puede generalizarse. El talento ha de ser situado en determinadas coordenadas históricas, en lugar y tiempo apropiados. Son cincuentones los marineros, pero con experiencia a prueba de bombas (nunca mejor dicho). En realidad, en cuanto lleguen a Inglaterra, otros barcos intentarán por medios incluso ilícitos atraer a aquellos que en nuestro tiempo hubiesen sido apresuradamente prejubilados…
En medio del oleaje, el miedo a los alemanes, los explosivos que llevan en el barco, el temor al hundimiento en medio del oleaje…, surge la sospecha. De repente, casi como por sorpresa, uno de los marineros, hasta ese momento un compañero más, es situado bajo el foco del recelo.
En muchas organizaciones sucede lo mismo. Como por encanto se acusa a alguien de forma explícito o implícita de haber perdido la unidad afectiva. Quizá porque no desea limitarse a vivir una existencia gris, tal vez la preferida por la organización para los subordinados. Quien destaca por algo parece peligrar por la envidia obsesiva de quienes le rodean. En parte por celos, por rencor, por vanidad herida, por hybrisincontrolada en otros casos, empieza a urdirse una trama ajena al propio interesado.
La masa, como casi siempre, se suma al que acusa. Nadie pregunta, sencillamente se denuncia a quien hasta hacía un momento era un compañero. Quienes debían poner sentido común en aquel guirigay se abstienen o se suman al desaguisado. Así, el pobre Smitty, caballero inglés, se ve sometido a público escarnio.
Los clásicos, sean escritores o directores de cine, suelen dar en el clavo de múltiples cuestiones que afectan a cualquier época y a cualquier organización. John Ford demuestra una vez más que puede entrar en esa categoría (no en vano la película estuvo nominada a 6 Oscars).
Cualquier detalle –insisto- se torna excusa para acusar al íntegro de los mayores delitos. Todo, sin pruebas, sólo suposiciones y conjeturas. La insidia le rodea, y salva la vida de milagro tras contemplar cómo su intimidad es públicamente pisoteada por quien sólo tardíamente reconoce su bajeza moral.
Mucho me ha recordado esa escena las vivencias que algunos tienen que sufrir en ciertas organizaciones asfixiantes que no respetan la intimidad conocida, por ejemplo, en procesos de coaching. Sin saber por qué, los más valiosos pueden sufrir procesos inquisitoriales sólo por eso, por haber sido fieles a la misión de la organización a la que pertenecían. Aprovechados, listillos, nescientes… seguirán en sus puestos.
Gracias a Dios no son demasiadas las organizaciones que actúan de manera tan lamentable. Es mucho, sin embargo, el daño que realizan. Sobre todo a futuros clientes, que en vez de recibir buen servicio, tendrán que contentarse con empleados que son desecho de tienda. Todo por culpa de quienes dirigen. Al cabo, acaban en la mediocridad a la que con tanto afán aspiraban.
Dirigir a los valiosos –ya lo enseñaba Aristóteles- es difícil, pero quedarse con los mediocres resulta empequeñecedor.