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Director: Claude Lelouch

Intérpretes: Anouk Aimée, Jean-Louis Trintignant, Pierre Barouh, Valérie Lagrange, Simone Paris, Paul le Person

Año: 1966

Temas: Amor y amistad. Aspiraciones vitales. Refugio afectivo. Trabajo y familia.

Anne (Anouk Aimée) es una guionista de cine y jovencísima viuda de un profesional que también trabajaba en el mundo del celuloide en calidad de especialista. Un nefasto día, durante el rodaje una escena peligrosa, fallece, dejando esposa e hija. Desde ese momento, Anne vive pensando fundamentalmente en cómo sacar adelante a la niña. Para seguir trabajando y así mantenerse, la inscribe en un internado al que acude de visita caiga quien caiga, cada fin de semana. Acude con esfuerzo, tomando el tren a horas intempestivas. Por encima del cansancio prevalece el cariño.

A causa de su inveterada impuntualidad conoce a un corredor ( Jean-Louis Duroc), con el que coincide en la circunstancia de viudedad. Sin embargo, a diferencia de ella, y respondiendo más a las necesidades biológicas de buena parte de los varones, él resuelve sus pulsiones de forma puntual en la primera oportunidad que puede.

Los dos armonizan en la pasión por sus vástagos. En este caso, por un chico de semejante edad a la hija de Anne. Y es que, casi sin excepción, el punto central de quienes son progenitores es contemplar y fomentar el desarrollo de aquellos que con mucha probabilidad seguirán en este mundo cuando ellos se hayan marchado al más allá.

Los estereotipos del trabajo por parte del hombre y de la mujer son una vez más puestos sobre la palestra. Ella se atarea para sacar adelante a su retoño y para vivir. Él lo hace por los mismos motivos, pero también porque se realiza en su tarea. Ella se afirma en el mundo sacando adelante a su unigénita. Él lo hace también, y de forma consistente, procurando ser el mejor en lo suyo. No es que no quiera a su vástago, es que ese amor está encuadrado en otras realidades que para él son relevantes.

La niña, mimada por ser el continuo centro de atención de su madre, pierde el apetito en el momento en el que descubre que su mundo puede variar ya que su mamá ha encontrado otra persona que puede ser objeto de su interés.

Los dos mayores recuperan al ansia de vivir. En algunas escenas parece hacerse presente el verso de Pedro Salinas: “¡Qué alegría vivir sintiéndose vivido!”. Como muchas veces se ha señalado, lo más relevante en la existencia es tener alguien que te quiera, alguien a quien querer. Todo lo demás –dinero, triunfos, visibilidad, reconocimiento profesional…- es importante, pero sin alguien con quien compartir intensamente los buenos y los malos momentos la existencia pierde parte de su encanto. Bien lo expresó Aristóteles: para estar solo hay que ser algo más que un hombre o algo menos que un hombre. Es decir, o un animal o un dios…

El amor es un sentimiento que tiene prisa. Cuando él recibe un telegrama con las palabras clave -Te quiero-, abandona lo que tiene entre manos y recorre seis mil kilómetros para encontrar a la amada. Difícilmente entenderá el amor quien no haya sentido, o realizado, una locura semejante.

Acaban enseguida en el encuentro carnal que es la manifestación mayor de intimidad entre un hombre y una mujer. Sin embargo, lo viven de forma diferente. Para él es amor, pero también descarga de la libido. Para ella es una necesidad física, pero mucho más un clamor psicológico de sentirse protegida.

La reacción posterior es diametralmente opuesta. Él desea seguir con esos encuentros. Ella, por el contrario, propone que se concluyan para siempre. El motivo es que la cabeza se le va de continuo al difunto marido. Cuando así se lo hace ver el amante, y le aconseja desembarazarse de aquellos recuerdos que le impiden seguir con su existencia, la respuesta es contundente:

               -Para mí todavía no ha muerto…

Él insiste, tratando de convencerla de que se está empeñando en no ser feliz. Ella asegura que su felicidad es seguir teniendo bien presente a aquel a quien prometió amor eterno.

Los dos regresan a su rutina: el trabajo, la atención a los hijos, los amigos… También porque las rupturas pueden producirse es aconsejable no meter en el proyecto profesional a la familia. De ese modo, si alguna relación se quiebra, puede seguirse adelante con la existencia sin más cicatrices que las propias de uno de los tres fundamentos del vivir: trabajo, familia y amigos.

El concepto de felicidad en el trabajo y en la intimidad está continuamente presente. Todos anhelamos la felicidad, pero es preciso entender que cada uno consideramos que la logramos con diferentes logros. Tratar de imponer un modelo único de felicidad es un gravísimo error que se manifiesta, antes de nada, en crear un profundo obstáculo para que aquellos con quienes nos rozamos realmente lo sean. Nadie puede estar convencido de que la felicidad es únicamente la que uno pretende que sea. Cada caminante, escribió el poeta, siga su camino.

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